miércoles, 23 de junio de 2010

EL PULQUE: SENSACIÓN Y PERCEPCIÓN

Pilar Uriona Crespo*


Adentrarse en los caminos del pulque requiere cierta ritualidad. En mi caso, conocer la historia de esta bebida tradicional mexicana, tan preciada en la Sierra del Tigre, ha asumido un matiz casi hermético.

En la semipenumbra de un café turístico pero impregnado de elementos propios de nuestra identidad cultural -diversa, conflictiva, en permanente reconstrucción- abro mis sentidos a la narración de Pablo Uc, mi compañero de plática.

“Transmutando la decadencia en maravilla”: esa es la frase que guiará mis preguntas, y que constituye el subtitulo del libro que Pablo, en un acto de gratuidad, ha puesto en mis manos días antes para compartir conmigo el fruto de una construcción colectiva, cristalizada en el proyecto Pulquimia, del cual se considera “un socio moral”.

La combinación de contenidos históricos, hilvanados al origen mítico de la bebida, así como la presentación de testimonios orales -voces vivas- que, en unos casos, dan fe del carácter vital que la misma posee en la cotidianidad de quienes la consumen y, en otros, otorgan la sensación de que se está ante la transmisión de un secreto, hacen del libro algo excepcional.

Sin embargo, la conjunción de palabras que da nombre al texto -pulque y alquimia-, me empuja a intentar un ejercicio simbólico: probar a imaginar, a través del relato que escucho, cuáles son las sensaciones, como respuesta de los sentidos, que terminan transformando el acto de beber el jugo de maguey en un acto de ensoñación compartida. Construir este terreno común de sensaciones, donde se recuperan los sentidos populares que definen al pulque como un emblema de resistencia cultural, como un elemento transformador de los humores y que asigna un carácter particular a quien lo bebe termina colocándome en el espacio de la percepción.

Desde el mismo, alcanzo a intuir que una historia bien contada, sazonada con la franqueza y la emotividad simple pero profunda de quien se niega a olvidar sus tradiciones constituye a la vez un culto y una plegaria.

Así descubro que las palabras también son elementos capaces de transmutar el espíritu, de ennoblecerlo, de tornarlo receptivo, de involucrarnos en actos comprometidos que terminan consolidando una nueva forma de activismo social, aquel que asume como reto la consolidación de una memoria identitaria fundada en pequeños ritos diarios que generan comunión.


* Columnista e investigadora boliviana. Miembro del colectivo Samke Sawury
Diario La Nación, Bolivia